Pablo
nos ofrece dos ideas magníficas. En primer lugar, la función de La Ley , la ley de Moisés, como un
"pedagogo", un tutor necesario mientras el niño es niño y no puede
usar bien su libertad.
Hay un párrafo
precioso en el capítulo cuarto: Gal.4,1-7
"Mientras
el heredero es menor de edad, aunque sea dueño de todo, no se distingue del
esclavo, sino que está sometido a tutores y administradores hasta la fecha
fijada por su padre. Lo mismo nosotros, mientras éramos menores de edad, éramos
esclavos. Pero cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los súbditos de la ley, y
nosotros recibiéramos la condición de Hijos. Y, como sois Hijos, Dios
infundió en vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "Abbá,
Padre". De modo que no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres heredero
por disposición de Dios". - (Un
paralelo brillante en Romanos 8,15)
Es
una magnífica exposición, en su tiempo y ahora. En su tiempo, para mostrar que La Ley , todo lo prescrito en el
Antiguo Testamento, es provisional; necesario en su momento, pero dirigido a
una cumbre, Jesús, que llevará a su plenitud todo lo que allí era sólo
proyecto. Y ahora, para nosotros, mostrando lo más íntimo de la revelación de
Jesús: si Dios es Padre, yo soy hijo. De aquí nace toda la confianza y
toda la exigencia que caracterizan a la condición cristiana. Pero esto es la
cumbre, la Palabra
plena, hacia la cual se arrastra el Antiguo Testamento, con aciertos y errores,
que valoramos con claridad desde Jesús.
Esto
nos lleva a entender por qué son "Palabra de Dios" expresiones tan
discordantes como, por ejemplo, la ley del Talión (ojo por ojo y diente por
diente) y la ley del amor tan explícita en todo el evangelio; o expresiones
como "exterminarás a tus enemigos", constante y típica en los
primeros libros históricos (sobre todo en Los Números y Josué) y "amarás a
tus enemigos", expresa en Jesús. Debemos aprender a leer correctamente el
Antiguo Testamento. Y lo leeremos bien desde Jesús.
En el
Antiguo Testamento está la historia de la fe de Israel, que es la
prehistoria de nuestra fe. Están todos sus aciertos y sus errores, sus
provisionalidades, sus pecados. Mirándolo desde Jesús vemos qué es acierto, qué
es error, qué es provisional... Por esta razón es tan ingenuo lo que hacen
algunos predicadores superficiales hoy día, imponiendo mandamientos porque
están en la Biblia.
(Un caso típico es el de los testigos de Jehová con el mandamiento de la abstenerse
de sangre). Lo que en un momento pudo ser conveniente no tiene por qué ser
definitivo. Lo definitivo lo vemos en Jesús. Pablo proclama por tanto la
libertad ante la Antigua
Ley , ante la llegada de la Nueva Ley , de Jesús.
Pero esto no es todo. La Ley
de Jesús es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y todas tus fuerzas: y al prójimo como a ti mismo"
Por
tanto, no se trata de cumplir preceptos, sea cual sea nuestra situación
interior; se trata de convertirnos al amor de Dios, descubrir el amor de Dios y
responder con el mismo amor, que abarca al Padre y a los hijos. Esto significa
que hacemos mucho más de lo obligado, que vamos mucho más allá de los
preceptos. Pensamos, una vez más, en dos personas enamoradas, o en una familia
en la que funciona un amor verdadero: los preceptos están de sobra. Si todo el
mundo piensa más en los otros que en sí mismo, la ley se queda siempre muy
corta.
Esta
Libertad de los hijos de Dios es el centro de toda espiritualidad cristiana. En
una comunidad siempre hacen falta leyes, pero el Espíritu de Jesús va mucho más
adelante que las leyes, se le queda pequeño lo mandado.
Así, Jesús es el Salvador, el
que salva de los pecados, el Libertador. En dos aspectos: en que ya no servimos
al pecado, aunque nos siga atrayendo, aunque algunas veces resbalemos; vivimos
para las cosas del Padre, hemos descubierto el Tesoro y hemos vendido las
baratijas que antes nos atraían tanto. Y, además, nos sentimos libres del
temor: ya no nos da miedo Dios ni nuestros pecados, porque Jesús nos ha
mostrado bien que Dios es precisamente el que trabaja para liberarnos.
No
deja de ser preocupante que el "re-descubrimiento" de Abbá, que tanto
ha hecho cambiar la espiritualidad cristiana, haya sido también para algunas
personas un tranquilizador de su mediocridad. La bondad de Dios, el que siempre perdona, se convierte en el mejor
pretexto para excusarles de todo seguimiento de Jesús. Es importante
comprobar cómo, en este proceso, la bondad de Dios es un mensaje, no una
vivencia: ha sido una información, no algo profundamente sentido. Y esto revela
uno de los aspectos más preocupantes de algunas religiosidades: mucho
conocimiento y escaso o nulo sentimiento. Pero seguir a Jesús, convertirse,
"apuntarse al reino" es algo vital, emocional. - No se trata
de conocimientos sino de convicciones, no se trata de aceptar dogmas sino de
sentirse querido.
José Enrique Ruiz de Galarreta
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