jueves, 14 de marzo de 2013

CUANDO EL CARNAVAL ES LA VIDA
Es Sábado de Carnaval. Nuestra ciudad se convulsiona al ritmo de las caderas de las danzantes y de los hombros masculinos, que se mueven simulando unas maracas.

Es día de alegría. Todos ‘tienen’ que estar alegres. Algunos lo están porque viven el resto del año esperando este día para decorarlo frenéticamente mientras bailan, desfilan, beben y se dejan mecer por las fuerzas del placer. Otros simulan estar alegres —en Carnaval se vale disfrazarse— y, con caretas en sus rostros, buscan satisfacer las necesidades que los puyan interiormente.

No falta quienes huyen a esta metáfora cultural, de lo que somos, y tratan de esconderse de tanto ruido, bulla, placer y alegría. Es Carnaval y esa es una de las realidades que definen al barranquillero, y a los que, de tanto comer butifarra y arroz de lisa, nos sentimos de aquí.

No creo que a esta fiesta se le deba hacer ninguna lectura religiosa. Creo que su sentido hoy está por otra parte. No creo que se obra del mal y que tengamos que cuidarnos de él, ni creo que tengamos que ‘retirarnos’ estos días para no ser alcanzados por el mal.

Creo que es un hecho cultural. Una realidad en la que se entremezclan todas esas culturas, razas y condiciones que nos constituyen en nuestro mestizaje. Me gusta ver esta fiesta, que es expresión de creatividad, de máxima alegría y de una crítica mordaz que permite burlarse de esa realidad pesada que, a veces, nos encorva.

¿Qué debe hacer un creyente en Carnaval? Seguro no puedo responder esta pregunta queriendo dictar órdenes a los que me leen. Solo comparto los valores que yo, un enamorado de Jesucristo, uno que quiere que El Padre Dios lo sature con su presencia, uno que quiere servir a los hermanos, cree que debemos tener presente.

Ser alegre. Es día para reír. No siempre debemos tener la cara tensa y pensar que eso nos define como maduros y serios. He conocido gente bien madura y seria, que ríe casi siempre.

Es tiempo de expresar esa alegría. Si lo sabes hacer, aprovecha este tiempo para bailar, estoy seguro de que una de las preguntas que se nos harán en las puertas del cielo es si somos capaces de bailar alguna bella melodía. Una alegría que no sea falsa, que no sea un embuste, sino que nazca de que te amas, valoras, aceptas y crees que puedes ser feliz. Una alegría consecuencia de la seguridad de que eres Hijo de Dios y puedes salir adelante en todas las situaciones que vives.

Ser responsable. Siempre damos cuenta de lo que hacemos. La vida no se queda en el momento placentero que vivimos, sino que con su inexorable devenir nos lleva al siguiente momento en el que vivimos las consecuencias de lo que hicimos. Es oportuno disfrutar, pero ser dueño de las emociones, de los deseos y saber claramente qué se hace. Beber hasta perder el control nunca es aconsejable. Hacer ‘el sexo’ —decir “el amor”, es una falta de respecto a este sentimiento— con cualquiera, nunca trae nada bueno después del ratico placentero. No dejes que la locura de algunos se vuelva la tuya.
Ser solidarios. Si nos gusta mucho compartir la alegría, entonces piensa en el otro, y no te aísles en una posición egoísta de los demás. Que no haya violencia, ni agresión a nadie. Que sepamos divertirnos y tratar de gozar pacíficamente todo. Seguro encontraremos a más de un extranjero, o de otra región, al que podamos servir o tratar bien.

Se familiar. Para mí, la mayor bendición que Dios nos ha dado es la familia, y todo momento que podamos gozarla compartiendo con todos será productivo. Que haya espacio para escucharlos, hablarles y saberlos presente en nuestras vidas.

Lamentaré no estar viendo la Batalla de Flores o viendo los disfraces callejeros —que cada vez son menos—, porque a esa hora ya estaré en Asunción predicando la buena noticia de Jesucristo. Eso sí… alcanzo a asistir al sepelio de Joselito. 

Por Padre Alberto Linero
 

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